Hay momentos del año en los que todo parece ponerse de acuerdo. En Ayna, cuando llegan los días templados de febrero o marzo, el campo comienza a vestirse de blanco. Los almendros ecológicos florecen como si el invierno no hubiera existido, y de pronto, el valle entero se llena de luz, de aroma… y de abejas.
Ese zumbido suave que flota entre las ramas no es solo un sonido bonito. Es el principio de todo. Porque sin polinización, no hay fruto. Y sin abejas, no hay polinización. Esa relación silenciosa y sabia entre insectos y flores es lo que permite que, meses después, tú puedas disfrutar de una almendra crujiente, nutritiva y llena de vida.
Aquí cuidamos ese proceso como un tesoro. Y por eso, cuando llega el momento de la floración, lo hacemos acompañados: traemos colmenas móviles al campo para reforzar lo que la naturaleza ya sabe hacer.
Lo llamamos polinización asistida, pero en realidad es una forma más de estar al servicio del equilibrio. Porque cuando se cultivan almendros ecológicos, todo cuenta. Incluso lo que no se ve.
La flor y la abeja: una historia sencilla que lo cambia todo
Cada flor de almendro es una posibilidad. Pero para que esa flor se convierta en fruto, necesita algo más que sol y agua. Necesita que el polen que lleva en su interior se traslade, con suavidad y precisión, a otra flor compatible. Y esa tarea, desde siempre, la han hecho las abejas.
Cuando una abeja vuela de una flor a otra, va recogiendo y dejando polen en el camino. Lo hace sin saberlo, solo porque busca néctar. Pero con cada vuelo, está tejiendo un hilo invisible entre los árboles. Y en ese ir y venir constante se va garantizando la fecundación de las flores, que más adelante dará lugar a las almendras.
Es un trabajo fino, silencioso, constante. Y sin él, el almendro no puede dar lo mejor de sí.
¿Qué es la polinización asistida?
Aunque en la naturaleza este proceso ocurre de forma espontánea, los cultivos de almendros ecológicos necesitan una pequeña ayuda para asegurar una buena producción, especialmente cuando el número de polinizadores silvestres no es suficiente.
Ahí entra la polinización asistida: una técnica sencilla y respetuosa que consiste en traer colmenas al campo justo durante la floración. No se trata de alterar nada, ni de imponer ritmos. Solo de reforzar lo que ya sucede, con más presencia de abejas y en el momento justo.
Las colmenas se colocan de forma estratégica, repartidas por la finca, y se retiran cuando ya han cumplido su función. Durante esas semanas, las abejas trabajan con libertad, sin interferencias, moviéndose a su ritmo, haciendo lo que mejor saben hacer.
Este tipo de intervención, lejos de ser invasiva, es un ejemplo de cómo la agricultura ecológica puede convivir con la biodiversidad y apoyarse en ella, en lugar de sustituirla.
En armonía con el entorno
Las colmenas móviles no se instalan al azar. Cada año estudiamos el estado de los árboles, la climatología prevista y el tipo de floración que se espera. No es lo mismo una primavera adelantada que una con lluvias tardías.
Y por eso, más que una técnica, esta es una forma de observar, escuchar y actuar con coherencia.
En Dehesa de Ayna no trabajamos con calendarios rígidos. Lo hacemos con respeto. Y eso significa que las colmenas no llegan antes de tiempo, ni se quedan más de lo necesario.
También significa que no tratamos de controlar el comportamiento de las abejas, sino de facilitar que puedan hacer su trabajo en condiciones seguras.
Y esto, aunque pueda parecer un detalle técnico, es una parte esencial de cómo entendemos el cultivo de almendros ecológicos. Porque para nosotros, cada criatura que habita el valle tiene su función. Y cuando esa función se respeta, todo fluye mejor.
Bioprotección: proteger sin intervenir
Hablar de polinización es hablar de vida, pero también de cuidado. En la agricultura convencional, es habitual ver el uso de productos químicos para proteger los cultivos durante la floración.
Sin embargo, en los cultivos ecológicos como el nuestro, no se utilizan pesticidas ni insecticidas que puedan dañar a los polinizadores.
Lo que hacemos en su lugar es aplicar técnicas de bioprotección: es decir, mantener el cultivo sano gracias a la biodiversidad del entorno.
Eso incluye favorecer la presencia de insectos beneficiosos, conservar zonas naturales dentro de la finca y evitar cualquier producto que pueda alterar el comportamiento de las abejas.
Así nos aseguramos de que la polinización no solo sea efectiva, sino también segura. Porque no se trata solo de producir almendras, sino de hacerlo de forma que tenga sentido ecológico, ético y humano.
¿Por qué esto mejora la producción?
La buena polinización tiene efectos concretos. No es solo una cuestión poética. Cuando hay suficientes abejas en el momento adecuado, las flores se fecundan mejor, y eso se traduce en más frutos, mejor desarrollados, con menos deformidades y mayor calidad final.
En los almendros ecológicos, donde no se fuerzan los procesos ni se aplican químicos para acelerar el crecimiento, este paso es especialmente importante. Es el inicio real de la cosecha. Y si se hace bien, todo lo que viene después tiene más posibilidades de salir bien también.
La diferencia puede parecer pequeña desde fuera, pero se nota. En la cosecha, en la estabilidad del cultivo, en la vida del suelo… y también en la almendra que tú consumes.
Cuando comes una almendra, también comes paisaje
A veces, cuando abrimos una bolsa de almendras, no pensamos en todo lo que ha ocurrido para que ese fruto esté ahí. No pensamos en las flores, ni en las abejas, ni en los ciclos naturales que han hecho posible esa pequeña maravilla.
Pero cada almendra cuenta una historia. Y en el caso de los almendros ecológicos del valle de Ayna, esa historia incluye muchas decisiones invisibles.
Como la de traer colmenas para que las abejas trabajen en paz. Como la de no usar productos que dañen a los insectos. Como la de observar cada año, con paciencia, cuándo es el momento de actuar… y cuándo es mejor dejar que la naturaleza siga su curso.
Elegir consumir productos ecológicos también es eso: elegir una forma de hacer las cosas que respeta el ritmo del mundo. Y que entiende que, a veces, el gesto más importante es el que no se ve.